¿Alguna vez has sentido la necesidad de contarle tu problema a un desconocido?
Seguramente has hecho algún viaje en tren en el que has tenido que escuchar la vida completa de tu vecino de asiento, y has forzado la sonrisa hasta el dolor por no parecer maleducado. Sí, es molesto, lo sé; yo también lo he padecido. Pero curiosamente ahora soy yo la que, como un mensaje en una botella lanzado al mar, deja su problema a la deriva.
Mi problema es el sexo.
La mayoría de la gente no tendría reparo en hablar de sexo con sus amigos, pero cuando tu pareja forma parte de tu círculo de amigos, el tema se convierte casi en un tabú. Puedes ser extremadamente comedido, pero aún así ellos no querrán saber ningún detalle de la vida sexual de ambos. Lo puedo comprender. Me guardo mi problema, pues.
Mi problema es que dedico al sexo todo mi tiempo libre. Y cuando digo todo, es todo.
En cuanto termino mis actividades académicas, o a veces incluso sin haber cumplido con mis obligaciones, me dirijo como una autómata hacia su piso, con la inocente excusa de cenar y dormir juntos. En mi cabeza ése es el motivo, pero la verdad es que los dos sabemos que todos los días el cuento termina igual. Tras haber dormido menos de lo necesario, me levanto a toda prisa para ducharme en mi piso y volver a clase, y así, sin apenas notarlo, todo vuelve a empezar.
Él no cree que disfrutar del sexo sea un problema. Yo creo que empieza a ser un problema cuando desatiendes tus obligaciones a diario para disfrutar del sexo. Cuando en la casilla de "aficiones" no sabes qué poner. Cuando siempre que te llaman por teléfono estás ocupada. Cuando no haces otra cosa cuando estás a solas con él. Me guardo de nuevo mi problema, pues.
En mi vida he disfrutado del sexo y de la lujuria, pero también los he padecido. He llegado a aborrecer el sexo incluso hasta el punto de que mi cuerpo lo rechazaba sistemáticamente. Me he enfadado con él por no hacerlo todas las veces que yo quería. He llegado a llorar oculta en la oscuridad de esa habitación mientras hacía algo que no me apetecía. He llegado a practicarlo por mi cuenta. Me he planteado incluso dejarle. Pero el problema es mío.
Así, después de guardarme mi problema una y otra vez, siento la necesidad de contarlo aquí, como una terapia de grupo improvisada:
Me gusta el sexo. De una forma sana, y de una forma enfermiza también.
He antepuesto el sexo a mis estudios, a mis sentimientos, a mis amigos en más de una ocasión. Me he propuesto cambiar mis hábitos una y otra vez, pero día a día me fallo a mí misma. Comienza un nuevo curso académico, una nueva prueba de fuego.
Ya está.
Solo necesitaba decirlo.
viernes, 11 de septiembre de 2009
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